El Valle del Catirai, donde se ubica Santa Juana de
Guadalcázar, es lugar de historia y de leyendas. De historia, porque
importantes hechos de armas se desarrollaron allí desde los albores de la
conquista; de leyendas porque la tradición ha conservado narraciones de siglos.
La historia relata que Pedro de Valdivia llegó a Catirai en 1550, acompañado de
Jerónimo de Alderete y cincuenta jinetes. Cruzando el Bío-Bío por Talcamávida.
De ahí en adelante siguieron sus otros viajes al sur para fundar la Imperial
Antigua y la ciudad de Valdivia. Después, Tucapel, en diciembre de 1553, donde
el siguiente año encontró la muerte. Antonio Gil y Gonzaga pidió al Rey de
España el título honorífico de Villa para Santa Juana, el que le fue otorgado
en 1765. En enero de 1891 fue creada comuna y su actual Municipalidad fue
creada el 13 de enero de 1891. En la Municipalidad de Santa Juana se conserva
casi intacto un valioso documento histórico para la ciudad: es el libro de
acuerdos (actas) de la primera Municipalidad o Cabildo compuesto por 7
regidores, elegidos por votación directa de los habitantes de sus respectivas
“Parroquias”. En los actos electorales de 1852, realizados en los días 16 y 17
de mayo, resultaron electas las siguientes personas: Don José María Avello
(Abelló), Don Juan Ancelmo Ríos, Don Celestino Venavente (tex.), Don José
Manuel Ulloa, Don Juan José Neira, Don Manuel del Campo y Don Andrés Campos.
Todos estos apellidos se conservan en la comuna.
Fuerte Histórico
Fundado el 8 de marzo de 1626, por Luis Fernández de Córdoba
y Arce, fue destruido varias veces. En la reconstrucción de 1739 se lo rodeó
con fosos, convirtiéndolo en isla, con un escarpado muro de piedra hexagonal y
un puente de acceso… La construcción del Fuerte “Santa Juana de Guadalcázar”,
tiene su origen en la resistencia araucana a la colonización española.
Con la finalidad de resguarda la línea de frontera y
mantener expedita las comunicaciones entre Concepción, la isla de la Laja y la
zona sur del país, sufrió, desde un comienzo, las consecuencias de la Guerra de
Arauco. A su amparo se asentó un caserío que fue adquiriendo con el tiempo características
de poblado. Fue reparado en 1648, destruido por los mapuches en 1722 y reconstruido
más tarde para servir de base a la población de Santa Juana, a partir de 1739.
En esta época se mejoró y apertrechó la fortaleza: se abrió un foso profundo
entre el río y una pequeña laguna situada a sus espaldas, convirtiendo el
recinto en una isla. En 1765, se le confirió el título de Villa y, en ese
estado, se encuentra en los albores de la República. En 1819, la tomaron por
asalto las guerrillas realistas que operaban en la región durante la denominada
“Guerra a muerte”, y luego de permanecer éstas allí durante dos años, las
quemaron. Durante dicho período fue cuartel general del montonero Vicente
Benavides.
Los hechos de guerra, particularmente de esta última época,
las condiciones climáticas y los movimientos sísmicos, como el gran terremoto
de 1835 y otros posteriores, incluyendo los de 1939 y 1960, fueron deteriorando
el fuerte. Asimismo, la población del lugar contribuyó con lo suyo, al utilizar
sus murallas como material de construcción. Desde 1980, pocos son los restos
visibles del baluarte, cubierto casi enteramente de tierra y que alzándose como
promontorio, sirve de mirador a quienes nos lo visitan.
Laguna Rayenantú
Dice la leyenda que luchas constantes avivaban el odio de
las tribus hasta que el amor, que no sabe de barreras, vino a complicar más la
situación. Fue el amor entre el hijo preferido del Cacique de los Tralcamahuidas, el apuesto Rayencura –“Flor
Poderosa”- y la bella hija del Cacique de los Catirai, Rayenantú –“Flor Dorada”-.
Ambos se amaron a pesar de la inquina ancestral y sangrienta que separaba a sus
tribus más que el anchuroso Bío-Bío. Por eso se encontraban a escondidas junto
a la ribera, siempre temiendo ser sorprendidos, hasta que en una tempestuosa
noche de invierno ocurrió la tragedia. La joven Rayenantú desapareció y, al
buscarla afanosamente, la vieron en la lejanía nadar por la mitad del río con
su amado hacia Talcamávida. Veloces se lanzaron los Catiraies en su persecución
disparando flechas sobre los fugitivos.
Al griterío bajaron los Tralcamahuidas y se armó el feroz combate en
medio de las aguas y la oscuridad de la noche. La lluvia de flechas terminó por
hacer blanco en los cuerpos de los enamorados. Muertos ambos, las tribus
cesaron la lucha y recuperaron los cadáveres de Rayencura y Rayenantú para ser
cada uno sepultado en la tierra de sus padres. Al día siguiente, asombrados,
los indígenas vieron que en cada tumba habían vertientes que se transformaron
en lagunas. Y ambas todavía existen en Santa Juana y Talcamávida.
Una POLLA¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
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